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Ladrona de sueños
Siempre me dijiste que no fumara; lo recuerdo claramente mientras me termino el tercer cigarrillo de la mañana. Hace calor y el viento trae consigo las desdichas de un pasado en el que sonreí tantas veces a tu lado que estoy segura de que te quedaste con cada una de esas sonrisas, con cada una de esas exhalaciones. Todas por ti, todas para ti.
Sonreí tanto que hoy no tengo idea de cómo se siente hacerlo.
Siempre me dijiste que no concebías que alguien tuviera más de una pareja sexual en un corto periodo de tiempo; recordé eso mientras me deslizaba entre las sábanas de mi tercera amante esta mañana. Su cabello era ondulado y tenía una sonrisa seductora. Te juro que la había visto en una de mis más salvajes fantasías. La manera en que se entregó a mí, me recordó a la manera en que me entregué a ti antes de que te giraras y con una mirada por encima del hombro me dijeras adiós.
Me entregué tan plenamente a ti, que olvidé cómo se siente la idea de entregarse a alguien.
Siempre sonreíste con aquella canción que me dedicaste en nuestro aniversario, especialmente cuando dice que el amor que teníamos era irrompible. Lo sé porque no tolero escucharla ni un segundo, aborrecí esa canción casi tanto como aborrecí las fotos que teníamos juntas, y la manera en que te hablaba en los videos hoy me revuelve la bilis.
Aborrecí tanto las muestras de afecto, que debo beber para besar a alguien.
Te amé tanto que renuncié a partes de mí que hoy busco y no consigo. Te amé tanto y de una manera tan descontrolada, que trozos de mi alma fueron empeñados a esa ilusión que me vendiste con tu mejor sonrisa y tu mejor tono seductor. Te amé tanto que olvidé quien era.
Me convenciste de saltar un abismo tomando tu mano y en medio del tornado me soltaste y escapaste, llevándote en el pecho tantos latidos que hoy me quitan la confianza.
Sentada en las esperanzas que perdí, fumando y bebiendo en busca del sentimiento, hoy puedo decir que lo hiciste bien. Rompiste en dos mi corazón y cuan mortífero ratero, te escabulliste con pasos agigantados del reino que pronto se marchitó acabando conmigo y dejándome llena de sueños que me quemaron mientras se evaporaron.
Lo hiciste bien, ladrona de sueños.
Lo hiciste bien.

Monstruo en mi pecho
Mis pies se detienen sobre el charco, escucho el chapoteo. A mi alrededor la oscuridad se levanta triunfante, mostrando fogonazos de luz como sonrisas sardónicas que se mofan de la poca esperanza en el centro de mi pecho.
Respiro agujas que se repliegan por las aletas de mi nariz. Mis manos tiemblan y el silencio se vuelve tan estridente que apenas puedo soportarlo.
¿Y si al final del túnel, la luz huye de mi presencia?
Ella dijo que siempre podía ir hacia ahí. Que la luz indicaba el camino y que mis pies me llevarían hasta él. Pero hoy, mientras respiro con dificultad y mi pecho se sacude con violencia, intento recordar el camino trazado y me pierdo en el hedor de la abundancia. El hedor de la falsa realidad que nubló mi visión por años.
Hoy, cuando mis pies se han detenido sobre el charco de escarlata viscoso, recuerdo lo difícil que puede llegar a ser respirar. Incluso cuando tus pulmones están limpios, el aire viciado los hace pesar una tonelada, haciéndote desear desplomarte en el suelo.
¿Y por qué sigo en pie, entonces? No lo sé.
Ayer creí que podía continuar, pero hoy me detengo y el nudo en la garganta aprieta con dedos huesudos. Cada atisbo de esperanza se esfuma lentamente entre mis dedos, como si intentara atrapar la arena en medio del azote de la ola. Cada grano se burla de mis esfuerzos y vuelve a irse con la marea, dejándome sin nada. Una vez más.
Poco a poco, veo como la marea roja se lleva todo lo que creí que tenía y a todos aquellos a quienes creí que tenía.
En mi pecho se retuerce el único deseo que mi alma ha podido concretar y plantear. El único que me ha hecho seguir avanzando pese a los látigos que han rasgado la carne de mi espalda y las flechas que han traspasado los tejidos de mi pecho y costillas.
Al final, siempre estoy aquí; unas veces sobre este charco escarlata que se va deslizando por mi cuerpo. Otras veces sobre el verdusco césped del descanso, y otras sobre las fervientes brasas. Pero al final siempre estoy aquí. Contemplando las llagas en mis manos y la falta de protección en mis pies, elevando la mirada esperando ver esa luz más cerca, cuando simplemente titila en la distancia, campante y sonante, burlona y rezagante.
¿Y si era mejor dejarse llevar por la corriente?
Volteo sobre mi hombro, hacia el oscuro mar que silba a la distancia. Nadé en su contra, nadé con la convicción de que era lo único que podía hacer, el único camino para mí. Pero intento dar un paso y no veo camino, solo oscuridad. Es por ello que pienso ¿y si nadar hacia la corriente era lo correcto? ¿Y si reaccionar de la manera en que se suponía que debía reaccionar, era la única respuesta?
No puedo dar con la respuesta por dos razones:
1: algo en mi interior me grita que no tenía más opción. Que para ellos, esa era la opción, pero que mi naturaleza simplemente no iba acorde a ellos.
Y 2: no puedo dar con la respuesta porque ya no estoy en el mar silbante que se sacude con agresividad tras de mí. Salí, y no hay manera de que vuelva a él.
Así que aquí estoy, una vez más. Con el charco escarlata viscoso hasta los tobillos, el viento helado sacudiendo mi cabello mojado. La mirada fija en la luz titilante al final de la oscuridad aunque el monstruo que busca ahorcarme desde el interior de mi pecho me grita que he perdido carne, he perdido lágrimas, he perdido sangre, y he perdido manos que me acaricien.
El monstruo me grita que estoy desangrándome de a poco y que si sigo caminando voy a perder lo que me queda.
Pero es cuando yo le pregunto
¿Qué me queda?
El monstruo no responde. Se retuerce incómodo, pero no responde.
Responde mi corazón presionado con extrema fuerza contra mi esternón: ese único propósito que late a su mismo ritmo y que es el único capaz de hacerme sonreír en medio de esta gélida penumbra que hoy rodea esta humanidad rasgada que es mi cuerpo.
Mi corazón responde resoplando y el monstruo en mi pecho se retuerce una vez más.
Con el nudo en la garganta y dos toneladas en los pulmones, me doy cuenta de que estoy dispuesta a dar otro paso. A avanzar otro paso. Alzo la pierna aun cuando el charco escarlata viscoso intenta retenerla en su interior.
Alzo la pierna y levanto la cabeza, fijando mi mirada en la luz titilante al fondo de las tinieblas.

Pregúntale al viento, cuánto me asfixia cuando estoy sin tí
AngDeorum